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En la enfermedad está la cura: el valor de la espera.

  • Foto del escritor: Raquel Oletta
    Raquel Oletta
  • 30 may 2020
  • 4 Min. de lectura

Actualizado: 1 sept 2020

Necesitamos incorporar una filosofía de vida que tienda puentes, que vincule.

Es una creencia arraigada y fomentada por sesgadas interpretaciones religiosas, atribuir los males y enfermedades del mundo al castigo de un Dios implacable. No es mi interés ahora profundizar en esa creencia que culpabiliza y no conduce a la salud mental que se logra cuando asumimos la responsabilidad de lo que nos pasa, a mi entender, la mejor vía de nuestra evolución como seres humanos: aprender con humildad de las experiencias, responsabilizarnos y hacer consciencia de nosotros mismos, la mayor virtud a la que debemos aspirar.


Lo que me mueve de esta creencia es el carácter peligroso e infantil de atribuir los males a otros y no verlos en la propia casa, lo que implica asumir que lo propio es lo bueno, deseable y mejor; y lo otro, nocivo y repudiable. Esta es la base del pensamiento sectario y tierra fértil para la germinación de nacionalismos extremos, xenofobia, racismo, y otras pestes.

Vivo en Estados Unidos y al comienzo de la pandemia se gestó una corriente de opinión que en tono apocalítico, atribuía la causa de la enfermedad del Coronavirus surgido en China, a una especie de castigo divino a la humanidad pecadora. De esta desafortunada idea quiero detenerme en el hecho objetivo de que el virus comenzó en Oriente, para retomar la idea filosófica del principio homeopático según el cual, lo similar cura lo similar, es decir, considerar que ahí donde vemos el origen del mal, puede estar la cura.


Asumiendo la eficacia de este principio correctivo de la propia naturaleza, es válido sugerir que si la enfermedad vino de Oriente, allí se hallará la salud. Cuando me refiero a “oriente”, no aludo sólo a un lugar geográfico, sino a una metáfora psíquica, a una disposición o modo del pensamiento y del conocer.


El pensamiento en Occidente es racional, lógico, causal. La idea del tiempo es lineal, la causa de un acontecimiento normalmente está antes y el efecto después. Es la base de la observación científica. Su relación con el mundo es contemplarlo como algo ajeno que es preciso explotar y dominar: su estilo es activo y “masculino”. Según esta idea las causas físicas tienen efectos físicos y las psicológicas efectos psicológicos.


El pensamiento en Oriente, la forma clásica de pensar en China es sincrónica, no se hace diferencia entre los hechos físicos y psíquicos. Esta filosofía busca un momento en el tiempo en el que lo físico y lo psíquico coinciden. Se conoce a partir de una imagen que emerge y se transforma y puede albergar ambigüedades y contrarios. Su herramienta es la intuición y su estilo es reflexivo y receptivo, un modo más “femenino” de pensamiento.

No necesitamos viajar a Oriente para concienciarnos de su sabiduría; sólo es necesario despertar este potencial en nosotros y asumir que podemos emprender un viaje interior.


Existe una anécdota que el traductor del I Ching, Richard Wilhelm, relató a su amigo Carl Gustav Jung, conocida como “la historia del hacedor de lluvia chino” y que ilustra el modo de pensamiento intuitivo que Carl Jung llamó sincronicidad.


EL HACEDOR DE LLUVIA

“Había una gran sequía en el territorio en el cual se hallaba Richard Wilhelm; desde hacía varios meses no caía una gota de lluvia y la situación se hizo catastrófica. Los católicos hicieron procesiones, los protestantes elevaron sus plegarias, y los chinos quemaron incienso y dispararon sus fusiles para espantar a los demonios de la sequía. Finalmente los chinos se dijeron: Debemos buscar al hacedor de lluvia, y aquel vino de una de las provincias. Era un hombre anciano y magro. Dijo que la única cosa que necesitaba era que pusiesen a su disposición una pequeña casa tranquila, en ella se encerró durante tres días. Al cuarto día las nubes se amontonaron y se produjo una fuerte caída de lluvia, en una época del año donde ello no era previsible y en cantidad no habitual. Tantos rumores circulaban respecto a este extraordinario hacedor de lluvia que Wilhelm fue a verlo y le preguntó como lo había hecho. El pequeño chino le respondió: Yo no hice la lluvia, no soy responsable de ello. Pero ¿qué ha hecho usted durante estos tres días? Oh, eso puedo explicárselo, es simple. Vengo de un país donde las cosas son lo que ellas deben ser. Aquí las cosas no están en el orden, no son como deberían ser según el orden celeste, entonces todo el país está fuera de Tao. Yo dejé de estar en el orden natural de las cosas, porque el país no lo estaba. Así la única cosa que tenía que hacer era aguardar tres días hasta que me volví a encontrar en Tao, y entonces, naturalmente, el Tao hizo la lluvia.”




Este relato describe la esencia de la filosofía taoísta. El “No hacer” o Wu Wei, que “si hace”. Un estilo de pensamiento que dista de la visión occidental heroica y volcada a la acción. Quizá por ello la solución de la cuarentena como vía para evitar la propagación del Coronavirus, fue recibida naturalmente en Oriente y de manera reactiva en Occidente.

Desde el actual gobierno de Estados Unidos, la idea de enfrentarse a un virus letal a través del confinamiento de la población, fue considerado como un acto de cobardía. Quedarse en casa y esperar como vía para generar un cambio, es una visión completamente ajena a la cultura y civilización masculina y heroica. Quizá por ello la cuarentena ha sido tan cuestionada.


A mi modo de ver, la cura que viene de oriente nos habla de la incorporación de un tipo de consciencia según la cual, todos estamos interrelacionados y formamos parte de un todo que es necesario equilibrar. Si la sincronicidad opera en nuestras vidas, nos sentimos vinculados a los demás, antes que aislados y malavenidos; sentimos que formamos parte de un universo dinámico e interconectado.


Necesitamos incorporar una filosofía de vida que tienda puentes, que una. La escisión psicológica de occidente y del propio oriente occidentalizado, puede sanarse a través de la unión interior, que permita el flujo entre lo científico y lo espiritual, la razón y la intuición, lo masculino y lo femenino, el hemisferio izquierdo y derecho del cerebro.



 
 
 

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